Lo cierto es que el siglo XIX es
testigo de la llamada “profesionalización de la paternidad”. Proliferan los libros dando consejos y
advirtiendo a las madres de los peligros y bondades de cada una de sus
acciones. Esto contrasta con el poco conocimiento real de las necesidades
médicas, nutricionales o educativas de la infancia, por ejemplo:
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Cuando a los bebes les salían los dientes y se
ponían nerviosos, además de sufrir otros síntomas, los médicos les
administraban opiáceos. Así los “expertos” acabaron con la vida de innumerables
niños pues los más débiles, incapaces de metabolizar la droga, morían entre
terribles convulsiones.
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A los tres años se pretendía que los niños
aprendiesen a leer y escribir sometiéndoles a rutinas incompatibles con su
desarrollo normal.
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La alimentación mediante la lactancia materna
era impensable en las clases mas altas.
En lugar de la propia leche, que se consideraba falta de nutrientes y
capaz de debilitar a los pequeños, los médicos recomendaban alimentarles con
una papilla hecha con agua y pan con azúcar.
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Los biberones, que se hicieron imprescindibles
según avanzaba el siglo, tenían tetinas hechas de piel de cabra y dado que no
se creía en el poder de los desinfectantes muchos niños acababan enfermando.
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Biberones victorianos. |
Teniendo en cuenta todo esto no es difícil entender porque a
finales del XIX , a pesar de los avances
médicos, el 16% de los niños no lograba superar su primer año de vida. Por
supuesto si algo salía mal durante el embarazo o la primera infancia la culpa
recaía sobre la madre, que era tildada de inmoral y despreocupada por el resto
de “expertos” (expertos en matar niños con prácticas aberrantes).
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgARsWBU1_Gyx8IzasRBW6fXVklPf_rY6UB1-vx5CC1NIUL9WHnbQVafxKELduG38yFbDbAjPZPeVmWPVU2KxFzCfDAJ4bqzpyuIRCBroGelb8N4j9Owrwgz-wNpJ7xRXa2mkSU_1tmXFE/s1600/governess+bedroom.jpg)
En la serie de documentales The Victorians Paxman aprovecha
un cuadro de la época para narrar el drama de la institutriz:
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The governess, Richard Redgravce 1844 |
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La institutriz, triste y vestida de luto
sostiene una carta que presuntamente informaría de la muerte de un familiar.
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La partitura en el atril del piano muestra la
canción popular “Home sweet home”
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Una única lágrima cae de sus ojos, en memoria de la familia que se ha visto
obligada a abandonar.
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Sobre la mesa puede verse lo que queda de su
cena solitaria y una pila de libros por revisar.
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En contraste con su oscuridad, al fondo, las niñas juegan despreocupadas.
Y así abandonamos el nursery, si recorren conmigo de nuevo
las incontables escaleras nos encontraremos con la parte más baja de la casa y también
de la sociedad.
Próxima estación: la
cocina.