En la planta más alta, tras las innumerables escaleras, se
encuentra el reino de la infancia y su guardiana, la institutriz. En las casas
con más recursos el nursery (como se referían a estas habitaciones) estaría
compuesto por toda una serie de estancias, a poder ser una para las mañanas, un
dormitorio para los niños mayores y un cuarto para la niñera y los bebes. Las
casas más modestas se darían por satisfechas con tener a los niños
convenientemente apartados en una habitación en lo alto del hogar-castillo,
donde pudieran ser llamados si se les deseaba ver, pero no interfiriesen en el
quehacer del día.
Varios hechos hacen que la sola idea de quedarse embarazada
en esta época ponga los pelos de punta:
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Hasta bien entrado el siglo XIX no era posible
saber si una estaba embarazada antes del quinto mes, mas o menos, cuando la
barriga empezaba a ser prominente. Algún
médico ya había descubierto por aquel entonces que el moco vaginal cambia tras
la concepción pero fue tratado de loco y expulsado de la profesión.
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Hasta mitad del siglo el uso de corsé durante el
embarazo fue imperativo.
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El único anestésico conocido contra los dolores
del parto era el cloroformo que aplicaban los médicos en los partos que
supervisaban, es decir , los de las clases más altas.
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El cuerpo femenino era intocable para los
médicos por lo que su estudio y diagnóstico se solía hacer a través de modelos
anatómicos como el de la imagen, en el
que las mujeres señalaban el foco del dolor.
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"Ay dios mio que se me salen las tripas" |
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La fiebre puerperal se cobraba aún en 1876 la
vida de cinco de cada mil parturientas. Era la mayor causa de muerte tras el
parto y lo siguió siendo hasta que se decidieron a prestar atención a los
hechos que demostraban que la esterilización de personas e instrumentos
salvaban vidas.
Aun así, es evidente, las mujeres
parían y con ello cumplían lo que la sociedad creía su “deber esencial”. En las familias más ricas se esperaba que las
féminas guardasen cama por lo menos hasta nueve días pasado el parto, en las
más pobres esto no era posible y las mujeres volvían al trabajo casi
inmediatamente. Las diferencias entre
las madres ricas y las pobres eran también notables en la manera de entender el
cuidado de los hijos. Durante la primera
mitad del XIX se consideró un símbolo de estatus el desconocer las rutinas y
avances de los propios hijos. Afirmando
tener poco trato con la prole se daba a entender que la casa era grande y los
criados numerosos. Esto cambió notablemente durante la segunda mitad de siglo cuando
incluso las madres de familias prósperas
comenzaron a volcarse en sus pequeños, siendo muy ridiculizadas por
abuelas y pedagogos.
Volveré al nursery en el próximo
post, muy prontito, para hablar de cómo eran tratados los niños y presentaros a
la institutriz.